Las primeras iglesias cristianas evangélicas llegaron a Guatemala gracias a la Revolución Liberal de finales del siglo XIX. La política explícita del Gobierno pretendía constituirlas como un contrapeso ideológico y político al gran poder que había gozado hasta entonces la Iglesia Católica, siempre aliada de los Conservadores. No obstante, el reciente crecimiento de las iglesias evangélicas puede medirse con bastante precisión desde 1957, utilizándose los datos del Ministerio de Gobernación (MINGOB), quien lleva un control de las mismas por la disposición constitucional del reconocimiento de su personalidad jurídica (artículo 37).[3]
Como puede observarse en el siguiente gráfico, fue hasta 1980 que se alcanzó la tasa de una iglesia evangélica por cada 100 mil habitantes, pero en tan solo dos años dicha tasa se duplicó y llegó hasta tres por cada 100 mil ya en 1984. Esto refuerza la evidencia sobre el uso de la religión evangélica como política contrainsurgente del Estado guatemalteco, particularmente durante el gobierno de facto del General Efraín Ríos Montt.[4] El objetivo era contrarrestar, nuevamente, la influencia de la Iglesia Católica, que por medio de la denominada Teología de la Liberación estaba favoreciendo, en alguna medida, los planteamientos de la izquierda revolucionaria –por ejemplo, con el discurso y la práctica de “la opción preferencial por los pobres”–. Dicho Estado contrainsurgente llegó al extremo de definir como enemigos a muchos agentes de pastoral católicos, incluidos sacerdotes y religiosos, celebradores de la Palabra y catequistas.[5]
En 1996 se volvió a duplicar la presencia de las iglesias evangélicas, según los registros del MINGOB. Justo en la primera medición del Latinobarómetro, cuando se estimó en 25 por ciento de la población –unos 2.6 millones de habitantes–, la tasa era ya de 4 iglesias por cada 100 mil habitantes a nivel nacional –es decir, 16 iglesias por cada 100 mil evangélicos–.
Fuente: elaboración propia a partir de datos del MINGOB 2016 (SOY502).
En el año 2009 se duplica nuevamente la tasa de iglesias evangélicas, llegándose a ocho por cada 100 mil habitantes. En 2013, si tomamos como referencia el dato de Pew Research Center de un 41 por ciento de población evangélica –unos 6.3 millones de habitantes–, estaríamos observando una tasa de 31 iglesias por cada 100 mil evangélicos –es decir, que se habría duplicado dicha cifra en un período de 17 años–. Seguramente, como indica la tendencia del gráfico, en 2016 habrá una nueva duplicación: con 16 iglesias por cada 100 mil habitantes de todo el país.
Ese comportamiento de contagio que se observa a nivel nacional, sin embargo, no es homogéneo en todo el territorio guatemalteco. Una vez se ajusta por diferencias en población, hay departamentos donde la densidad de iglesias evangélicas es mayor, siendo el promedio nacional de 15 iglesias por cada 100 mil habitantes. Esos son los casos de Guatemala, Quetzaltenango, Sacatepéquez, El Progreso y Escuintla. El resto de los departamentos están por debajo de dicha tasa nacional, siendo Alta Verapaz y Jalapa los que presentan una menor tasa, de 3 iglesias evangélicas por cada 100 mil habitantes.
¿Cuál es la razón por la que las iglesias evangélicas se han multiplicado más en unos lugares que en otros? Hay quienes piensan que los pastores evangélicos se aprovechan de la ignorancia de la gente o de sus niveles de pobreza, siendo ambas características socioeconómicas las que los harían más vulnerables ante una predicación que hace énfasis en la promesa de salvación espiritual, es decir, en un más allá donde sus problemas del aquí y el ahora serán superados. Sin embargo, la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2014 (ENCOVI) realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) no parece respaldar dicha hipótesis.
Por el contrario, parece que los pastores evangélicos priorizan su expansión en departamentos con menores porcentajes de pobreza total, específicamente menor incidencia de pobreza extrema, como se muestra en los siguientes gráficos. Sólo Santa Rosa, Retalhuleu y Zacapa son departamentos donde el porcentaje de NO-pobreza es relativamente alto –es decir, por arriba de la media nacional–, pero donde la presencia evangélica no supera la tasa nacional de iglesias. En contraste, en ningún departamento con bajos porcentajes de NO-pobreza (o alta incidencia de pobreza extrema) hay una alta tasa de presencia evangélica.
Si asumimos que el pastor evangélico se comporta como un agente racional, quien busca maximizar sus ganancias, al hacer su análisis de costo-beneficio se termina inclinando por aquellos lugares donde podrá obtener mayores ingresos para su iglesia y sus finanzas personales. Sabemos que reclamar el diezmo a sus afiliados es una política común en las iglesias evangélicas, por lo que dada esa tasa fija del 10 por ciento, el ingreso será mayor en una comunidad pudiente que en una pobre. Por lo tanto, no es cuestión de maximizar el número de fieles, sino los ingresos per cápita en determinado territorio.
Claro que el incentivo financiero es importante, pero no lo explica todo. Los datos de la ENCOVI 2014 también parecen sugerir que a las iglesias evangélicas les es más fácil llegar a aquellos lugares prósperos porque en ellos hay mayor acceso a la televisión por cable, uno de los medios de comunicación privilegiados para difundir su mensaje, especialmente por la presencia de los llamados tele-evangelistas y sus canales de televisión.
Por otro lado, sabemos desde la Reforma Protestante en la Europa del siglo XVI, que el énfasis en la lectura directa de la Biblia requiere de niveles de escolaridad mayores a los que exige la Iglesia Católica, donde el acceso a la Biblia continúa mediado por su liturgia y el magisterio eclesial. La ENCOVI 2014 muestra que, en efecto, hay una correlación positiva y estadísticamente significativa entre los niveles de escolaridad promedio de los departamentos y la presencia de las iglesias evangélicas en ellos. Aunque también cabe la posibilidad de una expansión evangélica basada en la segmentación socio-económica, esto es, iglesias para distintas clases sociales, como se sugiere en el documental de la Televisión Española (2002), En Portada: “Guatemala, El mercado de la fe”.[6]
Lo anterior tiene cierto sentido como atractivo adicional para asistir a la Iglesia, en el caso de los estratos de clase media alta y alta, pues no es sólo el contenido y la forma del culto, sino también las redes sociales que el mismo facilita. Los contactos profesionales y comerciales, por ejemplo, que se construyan con los hermanos en la fe efectivamente pueden favorecer la carrera profesional y los negocios, lo cual haría realidad la promesa de la llamada Teología de la Prosperidad que se predica en muchas de las iglesias neo-pentecostales. Es un fenómeno similar al de los colegios y las universidades privadas, pues no se paga tanto por la calidad de la enseñanza, sino por el capital social que se puede acumular a lo largo de años de codearse con personas de cierto nivel socioeconómico.
Puede ser que algún defensor de las iglesias evangélicas intente replantear la causalidad a la inversa, afirmando que es la mayor presencia de dichas iglesias la que explica menor incidencia de pobreza, utilizando el conocido argumento de Max Weber sobre la ética protestante y el capitalismo, específicamente del calvinismo.[7] Sin embargo, la misma ENCOVI 2014 pondría en tela de duda dicha afirmación, pues mientras que la presencia de las iglesias aumentó a nivel nacional en casi un 150 por ciento entre 2006 y 2014, pasando de una tasa de seis a una de 14 iglesias por cada 100 mil habitantes, la pobreza aumentó en Guatemala en más de nueve puntos porcentuales, subiendo de 51.2 a 59.3 de incidencia (INE, 2015).[8] Mientras más personas se convertían (renacían) al discurso (neo) pentecostal y sus prácticas, la pobreza pasó de afectar a unos 6.7 millones de personas en 2006 a unos 9.4 millones en 2014. En realidad, cada día nos alejamos más del Paraíso Terrenal o del Reinado de Dios, uno de justicia e igualdad, como dirían los teólogos de la liberación.
Según algunos sociólogos de la religión, la pobreza y las creencias en lo sobrenatural van de la mano, pues a mayor pobreza mayor incertidumbre sobre la vida y, por lo tanto, mayor necesidad de certeza por medio de algún “poder superior” que les ayude a las personas pobres a percibir cierto control sobre las variables que afectan su bienestar y hasta su propia supervivencia. Seguramente, la Iglesia Católica sigue cubriendo esas necesidades en áreas pobres y más rurales, mientras que las iglesias evangélicas se han especializado en las zonas urbanas menos pobres. Por cierto, la ENCOVI 2014 también revela que fue en dichas zonas donde aumentó más la pobreza, pasando de 30 a 42 por ciento entre 2006 y 2014 –mientras que en las áreas rurales aumentó de 70 a 76 por ciento dicha incidencia–.
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[1] Corporación Latinobarómetro (2014). Las religiones en tiempos del Papa Francisco. Disponible en Internet http://www.latinobarometro.org/
[2] Pew Research Center (2014). Religion in Latin America. Widespread Change in a Historically Catholic Region. Disponible en Internet http://www.pewforum.org/2014/11/13/religion-in-latin-america/
[3] Datos facilitados en publicación de SOY502: Villagrán, Ximena (2016). Guatemala: Por cada templo católico habría hasta 96 evangélicos. Disponible en Internet http://www.soy502.com/articulo/cada-iglesia-catolica-hay-6-evangelicas-registradas
[4] Ver libro de Garrard-Burnett, Virginia (2010). Terror in the Land of The Holy Spirit. Oxford University Press.
[5] Ver Comisión de Esclarecimiento Histórico (1999). Guatemala Memoria del Silencio. Disponible en Internet https://web.archive.org/web/20130506010504/http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/mds/spanish/toc.html
[6] Disponible en Internet https://youtu.be/itgVDENedkI
[7] Weber, Max (1955). La ética protestante y el espíritu capitalista. Publicada originalmente en alemán (1905). Ver resumen disponible en Internet https://es.wikipedia.org/wiki/La_%C3%A9tica_protestante_y_el_esp%C3%ADritu_del_capitalismo
[8] INE (2015). República de Guatemala: Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2014. Principales resultados.