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Las dirigencias políticas que padecemos

Por Daniel Haering
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Vivian Preciado Navarijo fue capturada en el 2010 como sospechosa de encubrir a Víctor Hugo Soto, nada más y nada menos que el asesino ya sentenciado de su padre y hermano. Su tía está condenada en Estados Unidos a 30 años por narcotráfico y su hermano, alcalde de Ocós, fue extraditado en febrero de este año después de ser detenido en Panamá. Su progenitora es una conocida cacique con conexiones a los mundos del trasiego, como queda claro en estas líneas. Novia de Soto y candidata en las últimas elecciones al municipio de La Blanca, es un actor político importante en la región desde hace décadas.

Pese a estos antecedentes, 18,206 habitantes San Marcos decidieron en 2019 que Vivian era la persona adecuada para representarlos en el Congreso. En la respuesta a este dilema, el porqué un 7,35% de los ciudadanos y ciudadanas de San Marcos elegiría a alguien tan claramente conectada a estructuras criminales, es una de las claves más importantes de nuestro sistema político.

La respuesta es compleja, pero reside en parte en el clientelismo electoral (entendido como compra de votos), que es corrupción en sí, pero que al mismo tiempo es uno de los cimientos estructurales que permite los demás actos de corrupción. Políticos mañosos son elegidos pese a sus descaradas prácticas de corrupción porque el día de las elecciones son capaces de movilizar en su distrito los votos necesarios (entre 10,000 y 20,000 dependiendo del lugar) para conseguir o preservar el poder. Lo hacen a través de una mezcla de reparto directo de prebendas y coacción, aprovechando la precariedad y el desinterés de sus electores con respecto a los temas más estructurales.

Una sociedad compuesta por ciudadanos que no reciben los beneficios de serlo, desconfiados y distantes del sistema político y cuyas urgentes necesidades y dependencias les hacen preferir el bien inmediato, tendrá siempre la clase de políticos que no se deben preocupar por presentar planes ni por su reputación. La criminalidad es bien sabida e igual no importa.

En este contexto, el impacto de la persecución penal siempre será limitado si no cambian las relaciones de poder en el juego democrático, y eso será imposible si cada cuatro años una parte sustantiva de los ciudadanos guatemaltecos continúa eligiendo a mafiosos para marcar las reglas del juego. En este caso, cada vez más común, se trata de una familia dedicada a negocios de frontera, pero hay innumerables casos de políticos que practican otra clase de delitos. El denominador común son la corrupción y la impunidad.

En cada país el tipo de corrupción existente responde a la estructura de poder del mismo. En democracias de calidad la corrupción es un fenómeno marginal, que no determina necesariamente quien manda. En sistemas autoritarios la corrupción se concentra en quienes ostentan la autoridad y por lo tanto es reflejo de la misma. En estos casos hay autores que señalan que la corrupción puede ser “buena”, favorecedora del crecimiento y la eficiencia. Tal es el caso del libro China´s Guilded Age (2020) (La Edad de Oro de China) de Yuen Yuen Ang donde la investigadora formula la hipótesis de que la corrupción en China es “necesaria” en este momento de su historia y que una disrupción en forma de lucha contra la corrupción pudiera ser contraproducente.

La tesis de Ang describe una gran verdad: todos los países han tenido una corrupción estructural, aunque en algunos casos no haya sido llamada así y haya sido aceptada, en su camino hacia la democracia. Estados Unidos era tan clientelar como Guatemala, terminando el siglo XIX, los países europeos funcionaban patrimonialmente y las democracias asiáticas como Hong Kong llevaron a cabo su propia lucha contra la corrupción a través de su poderosa comisión a partir de los 50´s.  Nuestra situación no es rara ni necesariamente permanente.

En democracias jóvenes de mala calidad, como es nuestro caso, la corrupción es la fuente de poder, es la que permite llegar y la que posibilita mantenerlo. La fragmentación del sistema, unida a la historia del país y el trauma postconflicto que trae consigo, han dado como resultado una corrupción que depreda cualquier resultado en beneficio de la población y que crea una desafección con el sistema que redunda en más corrupción. La corrupción en situaciones así es un sálvese quien pueda.

Si existe lo que los economistas llaman la “trampa de pobreza” también podemos hablar de una “trampa de corrupción” de la que escapan los países que desarrollan sistemas sólidos basados en derechos y de la que no parecen escapar países como el nuestro. Si seguimos la lógica de Yuen Yuen Ang, en la medida que cambien las condiciones sociales la posibilidad de consolidar un mejor sistema aumentaría.

Yuen Yuen Ang sin embargo, habla desde el caso chino, país que no padece el caos, la ineficiencia y la falta de visión de las elites que en Guatemala sí padecemos. La autora describe un equilibrio positivo y argumenta no romperlo hasta que las circunstancias cambien de manera paulatina. Nuestra región no produce desarrollo, ni bienestar, ni servicios para sus ciudadanos y por eso aquí es difícil trasladar la argumentación. Sin acciones de desentrampen la situación es difícil que caminemos ese camino que todos los países que funcionan han recorrido.

Claro que en el caso de Guatemala existen cambios que al menos en teoría podrían empujar a una mejora. Hay una presión política de países más poderosos que el nuestro para reformar el sistema, así como empresas internacionales que exigen buenas prácticas para comerciar. Una mayor urbanización y ampliación de la clase media con mejor acceso a información son factores en los que se puede apalancar un proyecto político anticorrupción, no en vano las remesas no son solo transferencias de dinero, sino que traen tendencias culturales modernizadoras para quienes las reciben. Lentamente pero quizá las condiciones puedan mejorar.

Las élites, entendidas como las personas que ocupan cargos políticos, que padecemos en definitiva no son las élites que merecemos, pero sí son élites que responden a una lógica social determinada. Sin afán de justificar los comportamientos criminales de nadie hay que reafirmar que los políticos responden a los incentivos del actual juego, y por tanto sin el cambio de las condiciones de pobreza, ignorancia, violencia y ruralidad de las actuales redes clientelares la lucha contra la corrupción será en buena medida un esfuerzo, si no inútil, sí desesperante. Al mismo tiempo la paradoja es que si la lucha contra la corrupción se detiene el sistema se consolidaría y se reducirían las posibilidades de ese cambio. Perseverancia y paciencia entonces, todavía hay muchas Vivians que sufrir.

 

Bibliografía

Ang, Yuen Yuen. China´s Guilded Age. Cambrigde: Cambrigde University Press, 2020.

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Daniel Haering

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