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¿Cómo se negocia una transición democrática?

Por Manuel Meléndez-Sánchez y Steven Levitsky
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Guatemala se encuentra al borde de una nueva transición democrática: a través de sus acciones en las urnas y en las calles, las y los guatemaltecos han sacudido los cimientos de una autocracia electoral que, hace apenas unos meses, parecía consolidarse. Tal y como lo han señalado varios actores, este parece ser el momento indicado para negociar una salida pacífica y duradera hacia la democracia.

En el contexto actual, una transición exitosa tendría al menos dos componentes mínimos. En primer lugar, el presidente electo Bernardo Arévalo y las otras autoridades electas deben tomar posesión de sus cargos el 14 de enero. En segundo lugar, deben de tomarse las medidas necesarias para que ningún actor dentro de la coalición autoritaria pueda interrumpir o revertir la transición democrática después de esa fecha. Creemos firmemente que ambas condiciones pueden lograrse a través de la negociación.

Pero ¿cómo se negocia exitosamente una transición a la democracia? En 1986, los politólogos Guillermo O’Donnell y Phillippe Schmitter publicaron un pequeño libro que se convirtió en una especie de “manual para demócratas” en momentos de transición.[1] Aunque el mundo ha cambiado desde entonces, algunas de las lecciones de O’Donnell y Schmitter son tan relevantes hoy como lo eran hace casi cuarenta años—y pueden darnos pistas importantes para trazar una ruta hacia la democracia en Guatemala.[2]

 

La lógica de las transiciones negociadas

En todo régimen autoritario existen actores “duros” y “blandos”.[3] Los duros creen que la perpetuación del régimen es no sólo posible sino también deseable. Buscan, ante todo, mantener su poder, aunque sea a través de alguna fachada detrás de la cual puedan seguir gobernando. Por otro lado, los blandos reconocen que, al menos a la larga, la democratización es inevitable. Aunque también desean proteger sus intereses propios, los blandos están dispuestos a apoyar la transición democrática si se les presentan los incentivos adecuados.

Dentro de todo movimiento democrático también hay al menos dos grupos importantes. Los “maximalistas” buscan eliminar completamente al régimen autoritario y se rehúsan a hacer concesiones de cualquier tipo a sus integrantes. Aunque los “moderados” también luchan por lograr la democracia, comprenden que para llevar a cabo una transición exitosa puede ser necesario negociar y llegar a acuerdos con algunos actores dentro de la coalición autoritaria.

A grandes rasgos, estos son los cuatro grupos que deben negociar la transición. Es un esquema que, sin duda, simplifica una realidad sumamente compleja. Pero creemos que, precisamente por esa razón, nos permite entrever tres lecciones importantes sobre cómo negociar una transición democrática exitosa.

En primer lugar, es esencial que los actores blandos del régimen y los actores moderados de la coalición democrática lleguen a acuerdos mínimos para garantizar la transición. Para lograrlo, los moderados por lo general deben comprometerse a no perjudicar los intereses más fundamentales de los blandos una vez haya pasado el momento de transición. Cederles espacio a estos actores puede representar un sacrificio difícil de aceptar para los miembros maximalistas de la coalición democrática. Pero sin recibir garantías mínimas y fiables, es probable que los blandos opten por seguir acuerpando a los duros y logren, de esa manera, estropear la transición democrática.

En segundo lugar, es necesario darles a los duros una forma viable de dejar el poder. Aún si son abandonados por los blandos, y aún si la población ejerce sobre ellos un alto grado de presión, es difícil que los duros acepten devolver el poder si temen que, al hacerlo, acabarían presos o muertos. Por esa razón, la mejor forma de lograr que los duros dejen el poder por cuenta propia es, precisamente, garantizarles que al hacerlo no acabarán ni presos ni muertos. No cabe duda de que otorgar estas garantías a veces implica hacer un sacrificio enorme en nombre de la transición. Puede significar, incluso, poner a un lado la justicia para lograr la democratización. Pero garantizarles a los duros que tendrán “una vida después del poder” puede ser la llave que abre las puertas a la democracia. Sin ella, puede no haber ni justicia ni democracia.

Por último, es importante comprender que, en los contextos de transición, la movilización popular es un arma de doble filo. Por un lado, es cierto que la movilización popular puede sentar las bases para que los actores autoritarios acepten llegar a acuerdos con el movimiento democrático (en el caso de los blandos) o dejen ir el poder (en el caso de los duros). Pero es poco probable que esto ocurra si, al mismo tiempo que se ejerce la presión popular, no se establece un diálogo entre los demócratas y los blandos y si no se le otorga una ruta de salida viable a los duros. Sin estas condiciones, la movilización popular puede aumentar la percepción de riesgo entre la coalición autoritaria y, por esa razón, incentivarlos a aferrarse aún más al poder e incluso a utilizar la violencia y la represión para lograrlo. Este último escenario es una amenaza particularmente importante en países que, como Guatemala, han sufrido episodios históricos de represión y violencia estatal.

 

Cómo negociar una transición en Guatemala

Nuestro análisis plantea una ruta clara para Guatemala.

El primer paso es identificar correctamente a los actores. ¿Quiénes son los duros y quiénes son los blandos en esta coyuntura? Consideramos que los blandos son aquellos actores que, aunque en algún momento hayan adoptado posiciones antidemocráticas, tienen intereses particulares que no son fundamentalmente incompatibles con la democracia. A nuestro juicio, esto abarca por ejemplo a algunos actores importantes dentro del sector empresarial organizado, incluyendo varios elementos dentro del Cacif. Ya sea por palabra, obra u omisión, estos actores han jugado el papel de blandos: han dado fuerza a los intentos de los duros por interrumpir o tergiversar la transición.

Dentro de los duros identificamos a aquellos actores que temen perderlo todo si la transición es verdaderamente exitosa. En este grupo incluimos al Presidente Alejandro Giammattei (o al menos a su círculo más íntimo), a la Fiscal General Consuelo Porras, al Fiscal Especial contra la Impunidad Rafael Curruchiche, al Juez Séptimo de Instancia Penal Fredy Orellana y a sus allegados más cercanos.

Del lado del movimiento democrático, identificamos al presidente electo Bernardo Arévalo, a otros actores de peso dentro del Movimiento Semilla (aunque no a todos) y a al menos buena parte de las autoridades ancestrales como miembros de la corriente más moderada de la oposición.

En todo caso, el siguiente paso sería que los actores moderados logren acuerdos para persuadir a los blandos de apoyar, ya sin ambigüedades, la transición democrática—incluyendo la salida permanente de los duros. En cuanto al sector empresarial organizado, esto podría implicar que el presidente electo garantice que no impulsará ciertas reformas en el ámbito económico, como por ejemplo las expropiaciones o el aumento a los impuestos. Aunque el presidente electo ya ha dicho públicamente que no tiene intención de promover algunas de estas reformas (y seguramente también lo ha dicho en privado), simplemente decir las cosas no es suficiente para dar garantías creíbles en este contexto: hasta el político más honrado hace promesas que no puede (o no tiene intención) de cumplir—y los blandos lo saben. Pero sí hay al menos dos cosas que Arévalo y los demócratas pueden hacer para que sus compromisos sean más creíbles. Primero, pueden tomar acciones tangibles que no sean fáciles de revertir más adelante. Un ejemplo sería consensuar con los blandos los nombres de las personas que estarían al frente de ciertas carteras del Estado y anunciarlos públicamente. En segundo lugar, pueden encontrar a un tercero que sirva como garante de cualquier acuerdo. La Organización de Estados Americanos (OEA) podría jugar este papel, aunque a través del diálogo también podrían identificarse otras opciones. En todo caso, lo que los moderados deben hacer es negociar garantías concretas y creíbles para que los blandos puedan ponerse firmemente del lado de la democracia.

El tercer paso sería darles a los duros una salida viable. Este es, sin duda, el tema más delicado. Pero creemos que es clave. Primero, a través del diálogo, hay que entender cuáles son las garantías mínimas que necesitarían Giammattei, Porras, Curruchiche y sus allegados más cercanos para comprometerse a dejar el poder completa, voluntaria, e irreversiblemente a más tardar el 14 de enero. A continuación, los líderes del movimiento democrático deben hacer todo lo posible por otorgarles esas garantías. Estamos hablando, sin duda alguna, de un proceso sumamente complicado desde cualquier punto de vista que, además, será poco popular entre buena parte de la población. Pero creemos que es un precio que podría valer la pena pagar por la democracia.

Además, los demócratas tienen las herramientas para lograrlo. Una de ellas es la participación de la OEA. Aparte de legitimar cualquier proceso de diálogo, la OEA puede desempeñar dos funciones cruciales en esta coyuntura. En primer lugar, sus representantes pueden establecer canales y mecanismos para que los distintos actores puedan intercambiar información entre ellos directa o indirectamente. Además, como ya lo hemos dicho, pueden servir como garantes de que los compromisos adquiridos por todas las partes sean cumplidos hacia el futuro.

Podría parecer inverosímil que los duros acepten abandonar el poder. Es por esa razón que el pueblo de Guatemala debe continuar manifestando su voluntad masiva y pacíficamente. Mientras más extensas y contundentes sean las manifestaciones, más harán ver a los duros que quedarse en el poder implicaría inestabilidad e incertidumbre. Si se quedan sin aliados con quienes asumir esos costos (es decir sin los blandos) y si tienen una salida viable, los duros reconocerán que su mejor opción es hacerse a un lado. Pero para que esto suceda, los líderes moderados del movimiento democrático deben de hacer su parte a través del diálogo y la negociación.

No podemos dejar de reiterar que comprendemos la seriedad de algunas de nuestras conclusiones. Sabemos, también, que es muy fácil para dos politólogos lanzar recomendaciones audaces desde la comodidad de nuestras universidades. Pero nos motiva la convicción de que Guatemala tiene una oportunidad histórica de restaurar su democracia. Para lograrlo, sus líderes deberán hacer sacrificios importantes y llegar a acuerdos difíciles dentro de las siguientes semanas. No es para menos: este momento tentativo de transición ha sido posible gracias al heroísmo democrático de miles de guatemaltecos y guatemaltecas. Ahora le corresponde a sus líderes estar a la altura.

 

 

[1] Guillermo O’Donnell & Philippe C. Schmitter (1986). Transitions from Authoritarian Rule: Tentative Conclusions about Uncertain Democracies. The Johns Hopkins University Press.

[2] El análisis original de O’Donnell y Schmitter, aparte de reflejar las condiciones propias de su época, es complejo y lleno de matices. Además, a través de los años, varios estudios han afinado y extendido el análisis original. En esta breve pieza rescatamos y adaptamos aquellos elementos del argumento de O’Donnell y Schmitter que nos parecen más útiles y relevantes de cara a la coyuntura actual.

[3] “Hard-liners” y “soft-liners” en el inglés original.

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Manuel Meléndez-Sánchez y Steven Levitsky

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