¿Está la derecha guatemalteca a la altura de las circunstancias?

Por Marco Robbles
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¿Por qué hago una equivalencia casi automática entre conservadurismo y derecha política? Usemos la definición de la omnisapiente Wikipedia:

“Se conoce como derecha al segmento del espectro político que acepta las diferencias sociales como algo inevitable, natural o normal, frente a la izquierda que persigue la igualdad de la sociedad. No existe una definición estricta de derecha, aunque dadas un conjunto de dicotomías como el individualismo frente a colectivismo, confesionalidad frente a laicismo, propiedad privada frente a propiedad pública de ciertas actividades económicas, igualdad de oportunidades frente a igualdad de resultados, tradicionalismo frente a reformismo social, conservadurismo frente a progresismo, la derecha se decanta estadísticamente por las primeras componentes de cada una de ellas en mayor proporción que la izquierda.”

Guatemala se encuentra en una encrucijada: necesitamos cambiar de raíz el sistema político, es decir, el tipo de pseudo-democracia electoral que tenemos, basada en el financiamiento ilícito de campañas y en la corrupción de funcionarios públicos y agentes privados, o nos aferramos a una creencia según la cual las personas que ocupan la jefatura del Organismo Ejecutivo y las sillas de representantes en el Organismo Legislativo cuentan con la legitimidad del voto que, en realidad, ellos compraron con la ayuda de sus financistas, quienes en unos casos obtuvieron los recursos de manera ilegal, o siendo recursos bien ganados los entregaron de manera anónima o a cambio de la protección de sus intereses particulares o gremiales.

La coyuntura exige cambios institucionales muy puntuales y precisos. No podemos aspirar a hacer cambios estructurales en este momento. Por ejemplo, urge depurar el Congreso de la República para después modificar la Ley Electoral y de Partidos Políticos y de esta manera llegar a las elecciones del 2019 bajo nuevas condiciones. No se aconseja ahora convocar a una Asamblea Nacional Constituyente con esta configuración del sistema de partidos políticos. Ya comprobamos que estos partidos son simplemente clubs de operadores políticos al servicio de los más poderosos, los que tienen más recursos para financiar el avance de sus intereses o la defensa de sus privilegios. Las reivindicaciones históricas de los pueblos indígenas tendrán que esperar una siguiente iteración.

Mientras que la izquierda más radical desea cambios estructurales, incluso en la matriz económica del país; los de la derecha conservadora precisamente temen que cualquier cambio, por pequeño que éste sea, se constituya en el primer paso hacia una transformación no sólo política sino también económica. Eso es lo que les da terror. Por ello, utilizan el imaginario del caos venezolano para contagiar de su miedo a los más incautos. Pero, como además son poco ilustrados, no entienden el proceso por medio del cual un populista de izquierda como Chávez tuvo la oportunidad de ascender entre el electorado de Venezuela. El chavismo es, en gran medida, el resultado de la incapacidad de las élites venezolanas para reconstituir su fallido sistema de partidos políticos.

No me extrañaría nada que en Guatemala pueda surgir con éxito un populista, pero de derecha. Ya hay varios precandidatos que juegan a ello con sus ofertas preelectorales de pena de muerte y limpieza social. Sería una Venezuela con signo ideológico distinto, pero igual de autoritaria y represiva. Es esto lo que no visualizan los auto-denominados “conservadores pragmáticos” que invitan al diálogo con un Gobierno y un Congreso con cero legitimidad y credibilidad. Además, quieren que los interlocutores de sociedad civil sean los mismos que hace 20 años firmaron la paz (y ahora algunos hasta están dispuestos a hacer la guerra). Parece que no se dan por enterados de la irrupción de nuevos actores políticos legítimos quienes, sin los miedos heredados del conflicto armado, se han puesto a construir una sociedad distinta a la que sus padres les dejaron.

Ese es el principal problema que veo en la derecha guatemalteca de hoy: no entienden que no entienden. En sus organizaciones académicas, empresariales, tanques de pensamiento, y partidos políticos no ha habido un recambio generacional. Siguen al frente las mismas figuras de hace 20 años. No hace falta mencionarlas, todos las pueden identificar. Esto explica que las ideas no evolucionen al ritmo esperado. Sus creencias ideológicas siguen siendo las mismas, incluyendo sus prejuicios hacia los demás actores sociales. Entonces, lidiar con nuevos actores les aterra. Ellos no visten con traje y corbata, ven el mundo de manera diferente, y proponen soluciones que necesariamente afectan el statu quo. Tampoco usan estrategias de los revolucionarios de los 70s y 80s, pues son pacifistas y son creativos con la protesta (convocan a los artistas, tocan tambores con ritmo bailable, no en son de guerra, y regalan flores a los policías). Entre ellos hay hípsters, humanistas seculares, dateros, veganos, y quienes reivindican orgullosamente la diversidad sexual. Estas sub-culturas de la postmodernidad que llegan a Guatemala gracias al globalismo y al cosmopolitanismo dejan totalmente desconcertados a los conservadores guatemaltecos, que por más que viajen a los EE.UU. o Europa, y hayan aprendido a manejar un teléfono inteligente, siguen con modelos mentales compartidos heredados del siglo XIX. La importancia que para ellos siguen teniendo las creencias religiosas en su cosmovisión es un claro indicador de esto último.

El otro serio problema que tienen los conservadores de la derecha guatemalteca es su tribalismo. Para ellos, el Nosotros versus los Otros es realmente irreconciliable. Si son católicos cachurecos ven de enemigos a los evangélicos y peor aún a los no-creyentes. Si son fans del Real Madrid ven como archi-enemigos a los que siguen al FC Barcelona. Y, por supuesto, si asumen su identidad de derecha ven en los militantes de izquierda al mismísimo satanás. Por eso, son ellos los primeros en querer determinar quién tiene o no legitimidad para sentarse en la mesa de un eventual diálogo ciudadano. No se quieren sentar a dialogar con la chusma, con los resentidos sociales, con los ateos, con los homosexuales y las lesbianas, con los pobres campesinos, con los indios; sólo con aquellos a los que pueden hacer bailar al ritmo de sus chequeras, a quienes responden a sus intereses corporativos, que son precisamente los que traicionaron al pueblo y su creencia en la democracia. Por ello, se quedarán solos. Cuando se vean al espejo y reconozcan que el miedo los paralizó, será demasiado tarde. Dejaron pasar una oportunidad de cambio que también los beneficiaría a ellos.

Carlos Mendoza

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