Estamos a un año de las elecciones generales de Guatemala, previstas por el Tribunal Supremo Electoral (TSE) para junio 2023. Lamentablemente, el clima preelectoral no parece incentivar la participación ciudadana debido a que la mayoría de los representantes anteriormente electos sólo se han dedicado a sus negocios personales, gracias a la corrupción e impunidad que reinan en el país. Esto lo han logrado cooptando a casi todas la entidades de control, como la Contraloría General de Cuentas, las Cortes y al mismo Ministerio Público. Han abusado de la legitimidad que les dieron las elecciones anteriores para así destruir la endeble institucionalidad que quedó del ciclo electoral previo, cuando lograron deshacerse de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Prácticamente, se ha sepultado el Estado de Derecho y esto afecta directamente la democracia, porque pone en riesgo incluso su definición minimalista: elecciones justas y libres. Se avizoran obstáculos para los rivales por medio de triquiñuelas legales.
En el contexto anterior, al cual debe añadirse la criminalización y la persecución penal de operadores de justicia independientes, periodistas y defensores de Derechos Humanos y de los territorios, los guatemaltecos deben tomar una secuencia de decisiones para poder ejercer el derecho al voto. Después de cumplir los 18 años, la persona primero debe hacer el trámite para obtener el Documento Personal de Identidad (DPI), lo que requiere tiempo y dinero para acudir al Registro Nacional de las Personas (RENAP). Debe aclararse que llegar a los 18 no es trivial en Guatemala, porque muchos jóvenes a partir de los 15 años, especialmente si son hombres, tienen altas probabilidades de emigrar, o morir por violencia homicida o accidentes. Al contar con el DPI deben tramitar el empadronamiento ante el TSE. Esto es un trámite adicional que está demostrado muchos jóvenes no hacen por varios factores. Por ejemplo: la desinformación. Algunos jóvenes creen que el empadronamiento es automático al obtener su DPI, pero ese escenario ideal no ocurre en realidad, a pesar de existir un convenio entre TSE y RENAP para facilitarlo. Finalmente, si cuentan con su DPI (esto es, si no lo perdieron o se los robaron) y están empadronados, los ciudadanos deben decidir si van a votar o no. ¿De qué depende ir a votar el domingo de elecciones?
La literatura sobre el votante racional predice que el individuo no tiene incentivos para asistir a las urnas porque sabe que su voto no afectará el resultado y, por lo tanto, los costos en los que incurrirá ese día (en muchos casos incluso perder un jornal) no serán compensados por supuestos e inciertos beneficios para la colectividad. A no ser que los partidos absorban parte de los costos de la movilización (“acarreo”) y ofrezcan beneficios concretos por medio del clientelismo (láminas de zinc o bolsas con víveres a cambio de una constancia del voto a su favor). En ese sentido, las elecciones reñidas en las que hay mucho en juego para el país deberían motivar a los individuos a movilizarse y votar. Por ello, la participación electoral no es únicamente el resultado de un análisis costo-beneficio, sino que también puede responder a una necesidad de expresarse políticamente. Aquí juega un papel importante el votante emocional, por ejemplo, que con su voto quiere castigar a un político indeseable, o quiere sentirse parte de un movimiento social que le trasciende. Esta constante tensión a nivel individual entre racionalidad y emocionalidad se expresan en el resultado agregado con más o menos votantes. Por ello, para las elecciones exitosas, en términos de participación, es necesario que haya un punto focal que resuelva el problema de la acción colectiva, que se plantea por parte del modelo racionalista, y muchas veces este factor de coordinación resulta de un liderazgo carismático, que logra emocionar al electorado, generando las esperanzas del cambio. Por ejemplo, las elecciones de 2008 en los Estados Unidos de América por medio de las que Barack Obama se convirtió en el primer presidente afrodescendiente de ese país.
En las elecciones de 2015 logramos el récord [1] de 70% en asistencia a las urnas, respecto al total de personas inscritas en el padrón. Seguramente, la movilización en las plazas durante las protestas anticorrupción fue el factor determinante. Había esperanzas de cambio. No obstante, debido al descalabro institucional propiciado por la administración Morales, y el bloqueo legal a importantes candidaturas, el entusiasmo por el voto decayó al 62% en 2019. El nivel más bajo de participación en elecciones presidenciales lo tuvimos en 1995 con el 47%, después de la crisis política por el serranazo.
Los datos de participación en 2019 desagregados por sexo, edad y alfabetismo del electorado, proporcionados recientemente por el Tribunal Supremo Electoral (TSE), nos dan algunas pistas importantes sobre quiénes son las personas más propensas a votar en las próximas elecciones de 2023.
Gráfica 1: Elecciones 2019, 1ra vuelta por sexo del votante (% respecto al total de empadronados por grupo)
Gráfica 2: Elecciones 2019, 1ra vuelta por edad del votante (% respecto al total de empadronados por grupo)
Gráfica 3: Elecciones 2019, 1ra vuelta por edad del votante (% respecto al total de empadronados por grupo)
Gráfica 4: Elecciones 2019, 1ra vuelta por sexo, edad y alfabetismo (% respecto al total de empadronados por grupo)
Fuente: elaboración propia a partir de los datos del TSE.
Los gráficos precedentes indican que las mujeres tienen mayor participación que los hombres. También las personas que leen y escriben votan más que quienes no saben (62% vs 60%). Especialmente importante la participación de las mujeres que leen y escriben, en contraste con los hombres analfabetos. Entre ambos grupos hay cinco puntos porcentuales de diferencia. Por rangos de edad, sí hay entusiasmo entre los más jóvenes con su primera participación. En contraste, en el siguiente rango de edad (26-35 años) hay menor participación que el porcentaje nacional, sólo por arriba del correspondiente para las personas de 71 años o más, quienes comprensiblemente tienen mayores dificultades para acercarse a los centros de votación por problemas de salud y movilidad.
Agregando por las tres variables (sexo, edad y alfabetismo), son las mujeres más jóvenes que saben leer y escribir las que más participan (69%), en contraste con los hombres analfabetas entre 26-35 años (51%). La diferencia entre ambos grupos fue de 18 puntos porcentuales. Sólo en el rango de edad de personas mayores de 55 años los hombres participan más que las mujeres, sin importar la variable alfabetismo. Interesante que en el rango de 46-55 años los analfabetas votan en mayor porcentaje. Todo esto requiere mayor análisis para ser explicado con propiedad y determinar si no se necesita de otras variables que no estamos viendo.
Geografía de la participación electoral 2019
Si hacemos un ordenamiento de los departamentos, veremos que Sololá es donde más participación hubo en 2019 con 79%, mientras que en Huehuetenango es donde se registró el menor porcentaje: 56%. Son 23 puntos porcentuales de diferencia que deben ser explicados, especialmente porque Huehuetenango es el segundo departamento más importante por su peso relativo (7.4% del padrón), sólo después de Guatemala (donde hay dos distritos electorales que juntos representan el 23.3% del padrón actual). De hecho, Sololá muestra un comportamiento extraordinario, pues ningún otro departamento superó el 70% de participación. En ese sentido, se aleja más del porcentaje nacional que Huehuetenango (+17 vs -6 puntos porcentuales, respectivamente). Departamentos pequeños son los que sobresalen con alta participación: Sacatepéquez, El Progreso y Zacapa. Totonicapán, aunque es pequeño, fue el segundo con menor participación.
Gráfica 5: Participación electoral 1ra vuelta 2019 (% respecto al total de empadronados)
Fuente: elaboración propia a partir de los datos del TSE.
El municipio de Guatemala, que constituye el Distrito Central con un peso relativo del 9% en el actual padrón, tiene porcentajes de participación por debajo del resto del departamento del mismo nombre y también respecto al resto del país, como se muestra en la gráfica 6.
Gráfica 6: Participación electoral 1ra vuelta 2019 (% respecto al total de empadronados)
Fuente: elaboración propia a partir de los datos del TSE.
Esto resulta paradójico por el hecho de que en la Ciudad de Guatemala es donde se encuentran las mayores facilidades para ejercer el sufragio, por temas de movilidad, distancias e instalaciones disponibles como centros de votación. Debe profundizarse en otras variables para comprender este comportamiento y evaluar posibles hipótesis. Podría ser que la población al tener más acceso también a fuentes de información, redes sociales y medios de comunicación tradicionales, se ha vuelto más escéptica sobre la utilidad de las elecciones para el cambio social o desconfiada respecto a los partidos políticos, en general, y sus candidatos, en particular. Es en este contexto altamente urbanizado e hiperconectado es donde ha tenido más resonancia la consigna “en estas condiciones, no queremos elecciones” o donde se hace un llamado más articulado por el voto nulo.
En segunda vuelta, cuando sólo se decide la Presidencia de la República, siempre desciende la participación electoral en Guatemala. Pero eso lo examinaremos en una segunda entrega. Basta decir que descendió casi 20 puntos porcentuales en 2019, de 62 a 42%. Esto es, más de 1.55 millones de personas decidieron no acudir a las urnas por segunda vez para elegir el binomio presidencial. En las recientes elecciones colombianas, en cambio, la segunda vuelta convocó a más personas que la primera: 58% vs 55%, respectivamente.[2] Esto refleja la importancia histórica que el electorado colombiano le atribuyó el evento donde, finalmente, triunfó una coalición de izquierda.
[1] En las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente de 1984 hubo una participación del 78%, pero estas no se dieron en el marco constitucional democrático, sino bajo el control del gobierno de facto del General Mejía Víctores. En las elecciones de 1944, cuando fue electo Juan José Arévalo Bermejo, hubo una participación del 98% pero en ese momento revolucionario aún no entraba en vigor la nueva Constitución, por lo que las mujeres estaban excluidas del padrón. En la elección de 1950, cuando fue electo Jacobo Árbenz Guzmán, ya participaron las mujeres y la participación casi llegó al 72%. Con los fraudes electorales y los gobiernos autoritarios de corte militar, las elecciones fueron perdiendo participación hasta llegar al 40% en 1978.
[2] El Tiempo, Unidad de Datos (20 de junio 2022), Participación en estas elecciones fue la más alta desde 1998.