Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! *

Por Marco Robbles
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Este 12 de agosto de 2020 se celebra el Día Internacional de la Juventud bajo el lema “El compromiso de la juventud por la acción mundial”. La Organización de las Naciones Unidas explica que el objetivo de este año es: “Destacar las maneras en las que el compromiso de los jóvenes a nivel local, nacional y mundial puede enriquecer los procesos y a las instituciones nacionales y multilaterales, así como identificar cómo mejorar significativamente su representación y participación en las instituciones políticas oficiales.”

En el caso de Guatemala, recordar en el título de este artículo al gran poeta centroamericano, Rubén Darío, es importante por dos razones:

1. Literalmente, la juventud guatemalteca se va del país para no volver, por temor a ser víctima de la violencia o por la falta de oportunidades para mejorar sus condiciones de vida. El Censo de Población y Vivienda realizado en 2018 así lo demuestra. De los más de 240 mil migrantes reportados, que se fueron a partir de 2002, el 57% tenía 25 años o menos de edad al momento de buscar nuevos horizontes en otro país.

Gráfica 1

Fuente: elaboración propia con base al Censo 2018.

 

2. A nivel agregado, como sociedad, también estamos viviendo un paulatino proceso de envejecimiento. La juventud se nos  escapa, como agua entre las manos. Aunque Guatemala aún es considerado como uno de los países más jóvenes de América Latina, pues según el censo de 2018 nuestra edad promedio fue de 26.5 años, la edad promedio de los guatemaltecos según el censo anterior (2002) era de 23.3 años. Además, de acuerdo con las nuevas proyecciones de población, se espera que para 2050 nuestra edad promedio llegue a 36.8 años.[1]

Durante el período intercensal de 16 años, la juventud guatemalteca cambió de manera importante. Por ejemplo, los jóvenes han migrado hacia zonas urbanas, seguramente buscando mejores oportunidades de educación y empleo. En 2002 el 51% de los jóvenes entre 15 y 29 años vivía en las áreas rurales del país. En 2018 la situación se revirtió, pues los jóvenes rurales pasaron a ser el 46% y, por lo tanto, el 54% serían urbanos.

La población joven censada pasó de 3.0 millones en 2002 a 4.4 millones de personas en 2018. Por ello, su peso relativo aumentó del 27% al 30% respecto al total poblacional. Siendo este porcentaje el más alto del período 1950-2050, pues para el año 2050 se espera que no representen más del 22% de la población. Se estima que fue a partir de 2016 se dio el cambio de tendencia, lo que también podría explicar, en alguna medida, el descenso sostenido en tasa de homicidios, pues sabemos que ésta es la población más propensa a ser víctima y/o agresora.

Gráfica 2

                                           Fuente: elaboración propia a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística (INE)

                                          con el apoyo de CELADE, División de Población de la CEPAL. 2019.

 

¿Dónde se ubican la mayoría de los jóvenes?

En 2018, más del 50% de la población joven urbana censada se ubicó en 5 de los 22 departamentos de Guatemala, siendo estos el Departamento de Guatemala (797 mil 349), Quetzaltenango (148 mil 514), Escuintla (134 mil 421), Alta Verapaz (113 mil 771) y Chimaltenango (102 mil 355). Específicamente, en la Ciudad de Guatemala se censaron 260 mil 240, en la Ciudad de Quetzaltenango (Xela) 55 mil 397; en la Ciudad de Escuintla 46 mil 603; en la Ciudad de Cobán (Alta Verapaz) 63 mil 965 y en la Ciudad de Chimaltenango 30 mil 856.

 

                                   Mapas 1-4. Municipios según cantidad de población joven urbana/rural y maya/ladina

 

 

Fuente: elaboración propia a partir de los datos del Censo de Población y Vivienda 2018.

 

Importancia política-electoral de los jóvenes

Sobre el papel de los jóvenes en la sociedad guatemalteca, se ha hablado más sobre su importancia económica que respecto a su relevancia en la política, es decir, como factor de cambio social. Si se logran crear fuentes de trabajo formales, estos jóvenes sostendrán el sistema de pensiones por algunos años más, contribuirán al consumo, y al sostenimiento de sus padres e hijos, en lugar de emigrar. Lo que no está muy claro aún es cuál será su comportamiento electoral, y su participación política en general. ¿Serán simples espectadores que pasan de la política, desencantados por el sistema que les hemos heredado? ¿O retomarán la tradición de generosidad y valentía por el cambio social que caracterizó a sus bisabuelos, quienes se organizaron y lucharon para derrocar a dictadores e instaurar la democracia en el siglo XX?

En las elecciones del 2019, según datos del padrón del Registro de Ciudadanos del Tribunal Supremo Electoral (TSE), estaban habilitados para votar 2.34 millones de jóvenes entre 18-30 años, lo cual representaba el 29% del total de población empadronada. Esto significa que estaban subrepresentados, pues entre la población mayor de edad ese grupo representa realmente el 42%. Por lo tanto, se dejó por fuera al 44% de la población en esas edades, es decir, unas 1.84 millones de personas. Aunque algunos acusan de apatía a los mismos jóvenes, en realidad el órgano electoral no hizo mayor esfuerzo por llegar a ellos. También es cierto que los partidos políticos no les motivan, sino que más bien les genera escasa confianza, como lo demuestran encuestas sobre cultura democrática, como LAPOP (69% tenía poca o nada de confianza en los partidos, entre enero y marzo 2019, justo antes de las elecciones).

Gráfica 3

Fuente: elaboración propia con base en Latin American Public Opinion Project (LAPOP), 2019.

Pregunta b21: ¿Hasta qué punto tiene confianza usted en los partidos políticos?

 

Evidentemente, durante los años de la adolescencia y los primeros de la juventud, los intereses de la mayoría de los jóvenes no incluyen a la política. Por otro lado, las nuevas generaciones ya nacieron en democracia, la dan por hecho y no visualizan la importancia de ejercer el derecho al voto, por el que generaciones previas hasta ofrendaron su vida. Así que era de esperarse que el trámite de registro para poder votar no fuera prioritario al cumplir los 18 años, como sí lo ha sido la obtención del documento de identidad. Por ello, se tiene la esperanza de que, con el convenio recién aprobado entre el TSE y el Registro Nacional de las Personas (RENAP), próximamente se reduzca la brecha entre la cantidad de individuos en edad de votar y los efectivamente habilitados para hacerlo.

Ello, sin embargo, no garantizará que las personas empadronadas asistan a votar el día de las elecciones, pues en Guatemala el voto es un derecho, no una obligación. Esta duda es especialmente pertinente para los ciudadanos más jóvenes, quienes incluso en democracias mucho más desarrolladas son los que tienden a un mayor abstencionismo. Por ejemplo, según datos del US Census Bureau (2017), entre 1980 y 2016, el porcentaje de jóvenes adultos en los Estados Unidos, entre 18 y 29 años, sólo dos veces ha sobrepasado el 50% de su asistencia a las urnas (52% en 1992 cuando ganó Bill Clinton y 51% en 2008 cuando ganó Barack Obama), siendo siempre el porcentaje más bajo de participación para todos los rangos de edad.

En el caso de Guatemala, lamentablemente, no tenemos datos sobre la participación electoral que nos permitan hacer este tipo de análisis a lo largo del tiempo. En el estudio pionero de Boneo y Torres-Rivas (2001, p. 64) se determinó que “la abstención de los jóvenes es primaria, es decir, no votan porque ni siquiera están registrados.” Se estimó en el mismo que en las elecciones de noviembre 1999 el abstencionismo de los más jóvenes (18-19 años), medido con relación a la población en edad de votar llegó al 77%, fue de 67% para los de 20-24, y 61% para los de 25-29. Es decir, visto como participación, sólo votó el 33% de los jóvenes entre 18-29 años.[2]

 

¿Qué nos espera?

Si el votante joven tomara conciencia del poder relativo que colectivamente tiene en las urnas, a lo mejor se organizaría para empujar agendas progresistas y participaría en partidos políticos. Debe comprender que está en juego no solo su futuro, sino también la solución a problemas del presente, como la violencia y la falta de empleo que les obliga a muchos a emigrar. Por otro lado, si los partidos políticos se dieran cuenta de ese potencial, y se preocuparan por movilizar el voto joven con la adecuada formación política y el necesario pensamiento crítico, entonces tendríamos renovadas y bien fundadas esperanzas para un cambio social progresivo y sostenible en el tiempo. De lo contrario, seguiremos de manos atadas ante el statu quo, que prefiere a jóvenes desconectados de la realidad, desinformados e indolentes.

 

* Rubén Darío

[1] En comparación, países mucho más poblados como México muestran una edad promedio de 28.3, Colombia 30.0, Argentina 31.7, Brasil 32.6 y Chile 34.4 años. Fuente: CIA World Factbook 2018 est. Tomado de List of countries by median age, disponible en Internet.

[2] Boneo, Horacio & Edelberto Torres-Rivas (2001). ¿Por qué no votan los guatemaltecos? Estudio de participación y abstención electoral. Guatemala: F&G Editores.

Carlos Mendoza

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