La politización de la clase media urbana guatemalteca

Por Marco Robbles
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Hace dos años estalló en Guatemala el escándalo de corrupción al más alto nivel político, que condujo a la renuncia y procesamiento judicial de los entonces presidente y vicepresidenta. Actualmente, ambos guardan prisión en espera de un largo y escabroso camino, quizá de años, por diversos negocios corruptos que se les atribuyen desde su posición de poder. Todo ello, sin embargo, no ocurrió simplemente por la decidida y valiente investigación del Ministerio Público, con el apoyo de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Fue también posible gracias a la participación de los ciudadanos, quienes dejaron la comodidad de las redes sociales y se pusieron de pie para ir a protestar durante varios fines de semana contra los corruptos y a favor de la justicia.

El accionar de los fiscales especializados en la lucha contra la impunidad y la corrupción se vio reforzado por el activismo en las calles y en el Internet. A su vez, cada golpe que el sistema de justicia asestaba a los corruptos – los llamados “jueves de CICIG” – daba ánimos a las decenas de miles de personas que cada sábado se congregaban para manifestar su descontento contra el sistema político. Sistema que evidentemente estaba siendo alimentado no sólo por el tradicional clientelismo electoral, sino también por miles de millones de Quetzales fruto de los negocios de políticos corruptos y sus contrapartes privadas. Después del informe de la CICIG sobre el sistema de partidos políticos, incluso se llegó a cuestionar en ciertos círculos la legitimidad de las elecciones que estaban a la vuelta de la esquina. Entre encendidos debates públicos sobre la necesidad de un “gobierno de transición” y la consigna de “bajo estas condiciones, no queremos elecciones” se fue forjando un saludable espíritu crítico de participación ciudadana. Así dejamos de ser idiotas.

En efecto, 2015 fue el año en que los guatemaltecos finalmente dimos la batalla contra la casta política corrupta de este país y contra nuestra propia apatía hacia todo lo que sentíamos tufo político. Durante muchos años habíamos estado en situación de letargo, como aquellos llamados idiotas en la polis griega, a quienes se les criticaba – con razón – porque no se interesaban por la vida política de su comunidad.

Pero lo que eran apenas rumores de corrupción se convirtieron en casos concretos de persecución penal, que llegaron hasta lo más alto de jerarquía política. Y reaccionamos oportunamente brindando un apoyo popular y una fuerza mediática invaluables para el sistema de justicia. Así dejamos de ser idiotas.

No obstante, liberar de la corrupción a las instituciones del sector público, es tan sólo el comienzo de un largo proceso de refundación del Estado. Ahora exigimos a los políticos no ser corruptos, ni ladrones, pero eso es apenas fijar un mínimo ético requerido para administrar la cosa pública. También debemos exigir capacidad técnica y política, visión de largo plazo, liderazgo constructivo y mucha sensibilidad social, entre otras características del funcionario público idóneo. Y poco logramos si contamos con personas probas y capaces, pero no les brindamos instituciones fuertes, con recursos financieros y legales para hacer cumplir la ley sin privilegio alguno.

Construir instituciones que prevalezcan en el tiempo, y que sean lo suficientemente sólidas para no depender de personas específicas, requiere de nuestra politización. No sólo de des-idiotizarnos.

Esto implica la participación en política partidista, por más que nos provoque todavía un poco de asco. La democracia liberal se construye desde la creación de proyectos políticos y la militancia en partidos políticos, no sólo activismo en redes sociales o en protestas populares. Esta participación, a su vez, debe ser informada, crítica del sistema mismo, pero sobre todo debería ser autocrítica.

Ahora exigimos a los políticos no ser corruptos, ni ladrones, pero eso es apenas fijar un mínimo ético requerido para administrar la cosa pública. También debemos exigir capacidad técnica y política, visión de largo plazo, liderazgo constructivo y mucha sensibilidad social.

Todos tenemos ideologías, pero esta participación no puede basarse en creencias políticas que no permiten ser cuestionadas. Toda idea es susceptible de escrutinio y la historia del siglo recién pasado nos demuestra que incluso ideologías bien intencionadas terminaron siendo un fracaso económico y social. Por ello, en la actualidad, el enfoque pragmático se impone a la hora de discutir políticas públicas concretas. ¿Qué es lo que ha demostrado ser eficaz para resolver cierto problema? ¿Entre las propuestas eficaces cuál resulta ser la más eficiente? Es decir, la evidencia y el método científico aplicado al proceso de toma de decisiones y a la solución de problemas sociales; informa y aconseja a las políticas públicas. Este pragmatismo, por supuesto, no elimina los grandes ideales de libertad, prosperidad, equidad y justicia. Pero sí nos ayudará a romper nuestra deferencia a la participación del ciudadano en política.

Debemos reconocer positivamente a quienes se involucran, sean de izquierda o derecha del espectro ideológico. Dar más peso al pragmatismo por encima de las etiquetas sin fundamento. El punto de partida ya no es más o menos Estado, más o menos mercado, como recetas apriorísticas, sino qué funciona y qué nos ayuda a resolver problemas de acción de colectiva. En ese sentido, los partidos podrán diferenciarse por matices entre fines y los medios para alcanzarlos, pero los problemas a resolver – pobreza, desigualdad, violencia, contaminación ambiental, entre otros – estarán mejor definidos por los datos.

En la actualidad, el enfoque pragmático se impone a la hora de discutir políticas públicas concretas. ¿Qué es lo que ha demostrado ser eficaz para resolver cierto problema? ¿Entre las propuestas eficaces cuál resulta ser la más eficiente? Es decir, la evidencia y el método científico aplicado al proceso de toma de decisiones y a la solución de problemas sociales.

La politización del guatemalteco nos puede llevar por buen camino si va acompañada del enfoque científico (o pragmático) de la búsqueda de soluciones a los grandes problemas que nos afectan a todos. Si, por el contrario, la politización va acompañada de una ideologización fundamentalista, según la cual Nosotros estamos en lo correcto y los Otros están siempre equivocados, entonces nos espera más polarización, como la que vivieron nuestros padres durante el conflicto armado interno y la que se atreve a negar la realidad, como hacen los neopopulistas de izquierda (el chavismo en Venezuela, por ejemplo) o de derecha (el trumpismo en EEUU).

Así que no basta con dejar de ser idiotas. Es necesario también dejar de ser ignorantes sobre los avances en las ciencias y dejar de lado los dogmas y prejuicios políticos o religiosos. El dato y la evidencia deben alimentar nuestras aspiraciones morales por una sociedad más próspera y justa.

Carlos Mendoza

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