Los descendientes de esclavos negros en Guatemala: ¿cómo nos auto identificamos en el Censo 2018?

Por Marco Robbles
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Antes de iniciar la exploración sobre la historia familiar y el árbol genealógico, pensaba que mis ancestros serían predominantemente indígenas y europeos. No me equivoqué. Sin embargo, conforme fui avanzando en la investigación, descubrí que también soy descendiente de africanos que llegaron a Guatemala, al menos, de dos formas. Ambas violentas. En el caso de mis ancestros maternos, llegó al Petén un soldado de las milicias pardas de Yucatán, llamado Agustín Pinelo, esto para la conquista del indómito reino Itzá a finales del siglo XVII.[1] Del lado paterno, he rastreado a los ancestros hasta el ingenio de San Gerónimo, en Baja Verapaz, donde fueron esclavos de los frailes dominicos. Tengo a la vista el registro bautismal de Clemente Chavarría en 1753, de quien me separan tan sólo siete generaciones y que aparece clasificado como esclavo e hijo de esclavos.[2] Recordemos pues que, si hablamos de la historia de los afrodescendientes en las Américas, no podemos obviar que durante cuatro siglos existió el comercio transatlántico de esclavos, por medio del cual se embarcaron aproximadamente 12.5 millones de personas, de las cuales sobrevivieron al viaje unos 10.7 millones. Es decir que casi 2 millones (más del 14 %) murieron en la infame travesía.[3]

En Guatemala aún son muy escasos los estudios sobre la historia de los descendientes de estos esclavos africanos, y sobre el proceso del mestizaje, tanto biológico como cultural, que se dio con otros grupos étnicos, especialmente con los mayas o los otros indígenas que acompañaron desde México a los españoles para la conquista hace casi 500 años. Un trabajo sobresaliente en esa línea es el de Christopher Lutz sobre Santiago de Guatemala.[4] Por ello, ante la novedosa pregunta en la boleta censal de 2018 que dice: “Según su origen o historia, ¿cómo se considera o auto identifica?,” era previsible que pocas personas optaran por la categoría de “Afrodescendiente / Creole / Afromestizo”. Más de 27 mil sí lo hicieron, pero esto sólo representa un 0.19 % del total de las personas censadas. Es decir, menos del 1 %.

Tengo tres hipótesis de por qué no eligieron más personas esta nueva etiqueta étnica propuesta por el Estado guatemalteco: a) el lenguaje importa: podría haber dado mejores resultados el usar términos más comunes, como en Ecuador o Venezuela (negro / mulato / mestizo / moreno), en lugar de la terminología políticamente correcta; b) prejuicios por racismo y discriminación, que empujan a elegir una categoría más genérica como ladino; y/o c) el desconocimiento, precisamente, del origen o historia familiar, pues la tradición oral no siempre sobrevive de una generación a la otra y, además, en la historia oficial se ha invisibilizado el papel de los afrodescendientes, de tal manera que sólo se ha reconocido a los garinagu (plural de garífuna) como afrocaribeños y también como un pueblo indígena. No obstante, aún menos personas se identificaron como tales: 19 mil 529 (0.13 %). También cabe la posibilidad de que algunos de ellos se hayan identificado como afrodescendientes, pues en el censo de población de 2002 se reportaron casi 8 mil más.

En mi caso personal, consideré que la etiqueta étnica que mejor me describe es la de ladino. Pero legítimamente podría autoidentificarme como afrodescendiente. De hecho, el análisis de ADN ha comprobado lo que la evidencia documental ya me señalaba: la composición de mi ancestría genética es 48 % europea, 40 % indígena, 7 % del África Subsahariana, 1.5 % del Norte de África y 0.5 % del Norte de India o Paquistán. Hay un porcentaje restante que el algoritmo de 23andMe aún no me ha podido asignar.[5] Sobre el componente africano, incluso, es posible identificar las regiones de procedencia de mis ancestros, así como las fechas aproximadas del ancestro más cercano para cada población: senegambia y guineana (1700-1790), nigeriana (1730-1820), angoleña y congoleña (1760-1850). En la base de datos de Slave Voyages, por ejemplo, se documenta que, desde Luanda, Angola, se embarcaron al menos 1,700 esclavos que después llegaron a Guatemala entre 1605-1698. Sólo en ese siglo desembarcaron en el continente americano, aproximadamente, 1.5 millones de esclavos (14% del total acumulado durante los casi cuatrocientos años que duró el comercio transatlántico: el primer viaje directo desde África hacia las Américas ocurrió en 1525 y el último en 1866). En Guatemala y el resto de Centroamérica la esclavitud fue abolida formalmente 42 años antes del último viaje, el 24 de abril de 1824.

¿Qué trayectorias históricas siguieron los afrodescendientes desde su llegada al territorio que hoy denominamos Guatemala? ¿Cuál es su situación actual, demográfica, política y socioeconómica? ¿Cómo ha afectado esto la forma como se perciben a sí mismos y los perciben los demás? El Censo 2018 nos da algunas pistas, por ejemplo, sobre el nivel de escolaridad, medido como años aprobados de educación formal para las personas de 15 años o más edad. Nacionalmente alcanzamos 6.2 años de escolaridad. Los afrodescendientes reportaron 7.5 años, sólo por debajo de los extranjeros (10.9 años), incluso levemente por arriba de los ladinos (7.4 años). Los mayas son quienes tienen el menor nivel de escolaridad (4.6 años), como se resume en el siguiente gráfico:

                                                                 Gráfico 1. Años de escolaridad promedio por grupo poblacional, Censo 2018

 

Fuente: elaboración propia a partir de la base de datos sobre personas del Censo 2018. ANEDUCA: años de escolaridad promedio, es una variable calculada por el mismo INE, a partir de la pregunta PCP17, e incluida en la base de datos.

Si esos datos los desagregamos por sexo, y el área de residencia de los hogares, se observan brechas entre subgrupos poblacionales. Los afrodescendientes que residen en áreas urbanas tienen 8.5 años de escolaridad. En contraste los afrodescendientes en áreas rurales mostraron 5.7 años de escolaridad. Es decir, hay una brecha de casi 3 años debido al menor acceso a la educación en el campo comparado con las ciudades. Los hombres afrodescendientes tienen 7.8 años de escolaridad en contraste con 7.1 años para las mujeres, por lo que la brecha por sexo no es tan amplia, como entre hombres y mujeres mayas (5.2 versus 4.0, diferencia de 1.2 años). Por otro lado, entre mayas urbanos y mayas rurales la brecha es de 1.7 años. Por lo tanto, resultan más sobresalientes las brechas por área de residencia, que las existentes por el sexo de las personas, una vez se controla por el grupo poblacional (o pueblo de pertenencia, pregunta PCP12 de la boleta censal).

 

                   Gráficos 2-3. Años de escolaridad promedio por área de residencia y sexo, para cada grupo poblacional, Censo 2018

 

 Fuente: elaboración propia a partir de la base de datos sobre personas del Censo 2018.

Si luego se recombinan estos grupos poblacionales entre sí, se pueden explicitar con más precisión las brechas de cada subgrupo respecto a los 6.2 años de escolaridad (dato nacional). En un extremo, con sólo 3.3 años se ubican las mujeres mayas del área rural (brecha -2.9 años), mientras que en el otro extremo se encuentran los hombres extranjeros del área urbana con 11.9 años de escolaridad (brecha +5.7 años). Por lo tanto, entre estos dos extremos hay una distancia de 8.6 años de escolaridad. Esa es la diferencia entre sólo saber leer y escribir, y hacer algunos cálculos de aritmética básica, y contar con un título de educación secundaria, que prepara al individuo para proseguir estudios universitarios. Lo cual sabemos tendrá importantes consecuencias en sus futuros ingresos.

 

                                                      Gráfico 4. Años de escolaridad promedio por subgrupo poblacional, Censo 2018

Fuente: elaboración propia a partir de la base de datos sobre personas del Censo 2018.

 

              Infografía 1. Brechas en años de escolaridad por subgrupo poblacional respecto al dato nacional, Censo 2018

Fuente: elaboración propia a partir de la base de datos sobre personas del Censo 2018.

Sólo dos subgrupos poblacionales de afrodescendientes están por debajo del promedio nacional: los que residen en el área rural, tanto hombres como mujeres. Las brechas respecto al dato nacional son de -0.19 y -0.93 años, respectivamente. Por lo tanto, aún los afrodescendientes en posición de mayor desventaja educativa están, en realidad, muy cerca del nivel de la escolaridad nacional. Esto también podría sugerir que fueron los afrodescendientes más educados los que sí se autoidentificaron como tales, pues son los que más probablemente conocen su origen o historia familiar, superan más fácilmente los prejuicios raciales, y reconocen mejor una etiqueta que resulta un tanto sofisticada o muy novedosa.

Este, relativamente alto, nivel de escolaridad también explicaría por qué los afrodescendientes muestran mejores indicadores en materia de desarrollo humano y pobreza multidimensional. Por ejemplo, según el índice de necesidades básicas insatisfechas que calculamos en Diálogos para un análisis intercensal sobre pueblos indígenas (Us et al. 2021), los afrodescendientes presentaron un menor porcentaje de hogares en situación de pobreza estructural (46 %) en comparación con el país (51 %) y en contraste con mayas (64 %) y xinkas (73 %),[6] como se muestra en el siguiente gráfico:

 

                   Gráfico 5. Porcentaje de hogares con alguna necesidad básica insatisfecha por grupo poblacional, Censo 2018

 Fuente: elaboración propia a partir de datos del Censo 2018 (calculados para Us et al., 2021).

Probablemente, cuando más personas que nos identificamos simplemente como ladinos en el Censo 2018 lleguemos a la conclusión de que somos afrodescendientes, lo expresaremos así en el próximo censo de población, con la adopción, a lo mejor, de etiquetas de uso más popular. Aunque no creo que sea un fenómeno tan sobresaliente como el de la masiva autoidentificación con el pueblo Xinka, la cual se dio gracias a la concientización identitaria por el tema de las consultas para la explotación minera en el oriente del país. Todo dependerá de la capacidad de las diversas organizaciones de afrodescendientes para aglutinar a más personas con el afán de recuperar y preservar su música, gastronomía, tradiciones, creencias, y demás elementos culturales que les caracterizan y que han aportado a la identidad guatemalteca por medio del mestizaje cultural. Uno importantísimo, conocido, pero no reconocido suficientemente, es el de la marimba, instrumento musical que se encuentra en todos los lugares de la América Latina donde hubo esclavos negros.

Justo ese es uno de los elementos culturales que sí se ha conservado en mi familia, aunque no contamos con marimbistas ni marimberos, pero sospecho que Rodolfo Narciso Chavarría (compositor de Río Polochic) podría serlo, tenemos amigos en Salamá, Baja Verapaz, quienes sí lo son y que también pueden rastrear a sus ancestros hasta San Gerónimo. Otro elemento importante que puedo reconocer en la familia han sido las creencias o supersticiones, con fuertes resabios de las religiones tradicionales africanas, generalmente animistas.[7] No es, por lo tanto, el color de la piel lo más importante, aunque en mi familia siempre hay alguno en cada generación al que le decimos “el Negro”, así como a otro que le apodamos “el Canche”. Hay elementos culturales que debemos aprender a reconocer y apreciar.

Claro está que las identidades étnicas son fluidas, cambian a lo largo del tiempo y dependen de ciertos marcadores culturales considerados como legítimos para indicar pertenencia a determinado grupo. Por otro lado, el sentido de pertenencia del individuo está condicionado, en gran medida, por la aceptación de los demás miembros del grupo, que constituye el Nosotros, y de cómo lo perciben a ese mismo individuo los Otros, es decir, quienes no son miembros del grupo. Por lo tanto, siempre habrá factores subjetivos que están detrás de la respuesta que un individuo o una familia puedan dar a la pregunta del censo sobre pertenencia a determinado pueblo o grupo poblacional.

Mientras cada uno emprende el viaje introspectivo sobre su propia identidad, es importante que el Estado garantice la visibilidad estadística de la población afrodescendiente y de otros grupos poblacionales, especialmente los más vulnerables. En este sentido, es importante que las autoridades responsables en Guatemala, especialmente el Instituto Nacional de Estadística (INE), tomen en cuenta las recomendaciones de organismos internacionales especializados, como la CEPAL y el UNFPA (2020).[8]

 

[1] Sobre este fascinante, pero poco conocido, episodio de nuestra historia recomiendo leer a Grant D. Jones (1998). The Conquest of the Last Maya Kingdom. Stanford University Press.
[2] Uno de los historiadores que más ha publicado sobre los esclavos del ingenio es Lowell Gudmundson. Por ejemplo: “Negotiating Rights under Slavery: The Slaves of San Geronimo (Baja Verapaz, Guatemala) Confront their Dominican Masters in 1810.” The Americas, Vol. 60 No. 1, July 2003, pp. 109-114.
[3] Una de las principales fuentes de consulta sobre el comercio de esclavos es el proyecto Slave Voyages que contiene bases de datos sobre más de 30 mil viajes https://www.slavevoyages.org/
[4] Lutz, Christopher (2005). Santiago de Guatemala. Historia social y económica, 1541-1773. Guatemala: Editorial Universitaria.
[5] Sobre ancestría genética, un breve artículo de referencia: https://conogasi.org/articulos/eqc-2015-ancestria-genetica/
[6] Us, Hugo, Carlos Mendoza y Vivian Guzmán (2021). “Pueblos indígenas en Guatemala: desafíos demográficos, lingüísticos y socioeconómicos: análisis comparativo de los censos 2002 vs 2018.Nota Técnica No. IDB-TN-02396. División de Género y Diversidad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
[7] He documentado e investigado al respecto para un breve artículo titulado: “Brujos y brujas, supersticiones y otras creencias” en BLOG de Humanistas Seculares de Guatemala (16 junio 2020).
[8] CEPAL y UNFPA (2020). Afrodescendientes y la matriz de la desigualdad social en América Latina. Retos para la inclusión. Santiago: Naciones Unidas.
Carlos Mendoza

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