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Nuestra identidad no se construye con 6.8 millones [1] de pesos

Por Camila del Cid Saavedra
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Hace menos de dos meses, se hizo pública la nueva “marca país”: una letra “G” en fucsia, rosado y morado, junto con el eslogan “Guatemala Asombrosa e imparable”.[2] Con esta “marca país” o country brand, el Gobierno actual tiene la intención de construir la reputación (a través de una “identidad propia frente a los mercados internacionales”)[3] que proyectará Guatemala en el exterior para atraer a turistas e inversionistas.

El problema: una guatemalidad de talla única

La propuesta despertó opiniones divididas. Si bien algunas personas compartieron haber quedado inconformes por los altos costos y la sobre-explicación de la “marca país”, otros afirman que no se sienten representados con el logo o el eslogan.&

Conocemos que en un territorio diverso y desigual como el nuestro habría sido imposible que todas las personas nos sintiéramos representadas con la misma estrategia. Pero se hace aún más interesante esta conversación cuando caemos en la cuenta de que las autoridades y las personas con el poder social, político y económico en nuestro país llevan más de dos siglos de disputa, de hacer y deshacer, de imponer y desmontar una problemática identidad guatemalteca de talla única.

¿Qué es lo que hace “sentirse guatemalteco”? ¿Son los volcanes, las tortillas, los frijoles, Semana Santa o el Gran Jaguar…? ¿Cuál es, en realidad, la función de la identidad nacional? Es en la (a veces incómoda y a veces confusa) historia reciente (y no tan reciente) del país en donde podemos comenzar a responder estas preguntas y plantear preguntas nuevas.

Una sobresimplificada mirada al pasado

La identidad nacional guatemalteca es un proyecto de apenas 200 años de construcción. En el territorio que actualmente conocemos como Guatemala, han vivido grupos de personas que se han identificado con una infinidad de etiquetas. Lo cierto es que ni siquiera los grupos mayas (con sus más de 3000 años de civilización), quienes, previo a la llegada de los castellanos, habitaban la costa sur, el altiplano y las tierras bajas del territorio nacional, se identificaban por igual, de manera homogénea.

Si viajáramos en el tiempo al periodo Clásico (250-1100 d.C.), nos encontraríamos con cientos de ciudades, con grandes gobernantes, habitantes prehispánicos con formas propias de vestirse, aliados y enemigos y productos de intercambio completamente diferentes, todo en el mismo territorio que hoy día ocupa Guatemala. Sin embargo, al ser el conflicto, la migración y el cambio constantes de los grupos humanos, para cuando llegaron los castellanos al continente, la configuración étnica era completamente distinta. Fueron más de cuatro décadas de guerras de conquista en las que a los diversos grupos que habitaban el territorio (q’eqchi’es, mames, poqomames, poqomchi’es, kaqchikeles, tz’utujiles y demás) les fueron impuestas categorías[4] y maneras de organización social[5] disruptivas. Bajo el nuevo orden colonial, se instituyó un esquema complejo que incluía nuevas formas de clasificar a las personas : “españoles”, “criollos”, “mestizos”, “ladinos” y “mulatos”, entre otras.[6]

La función de estas categorías era delimitar dónde podían o no vivir las personas, el acceso o la falta de acceso a la educación que se les permitiría, el tributo que debían pagar a la Corona española, con quién debían o no contraer matrimonio y las prácticas religiosas de las que podían o no formar parte quienes habitaban bajo la recién instaurada administración colonial. En resumidas cuentas, dependía  del color de piel y de otros factores socioeconómicos la capacidad de acceder o no al poder y a los recursos[7] durante los siglos XVI, XVII y XVIII.

Para los siglos XIX y XX (luego de la independencia de España, en medio de un periodo conservador y una reforma liberal), los grupos con poder social, económico y político en el país que intentaron que Guatemala transitara de una colonia a un Estado-Nación,[8] se encontraron con varios problemas. A través de leyes, reformas y decretos los gobiernos liberales buscaron promover una sola identidad nacional que contrastaba fuertemente con la estructura social colonial rígida, basada en la diferencia que se había mantenido por más de 250 años (desde 1540 hasta 1821) .

En este proceso, personajes políticos, periodistas e intelectuales en Centroamérica, sugirieron al Estado tomar diferentes actitudes respecto a los grupos indígenas. Los países centroamericanos tomaron tres caminos diferentes:[9] integrar a la fuerza a los grupos indígenas dentro de los proyectos nacionales a través de la aculturación (como en el caso de El Salvador, Honduras o Nicaragua); negar la herencia indígena en el país (como sucedió en Costa Rica); o bien promover un “modelo de exclusión” y, simultáneamente, una serie de esfuerzos fallidos de integración forzosa o ladinización, camino que siguió el Estado guatemalteco durante el periodo liberal (1870-1944).

Preguntas sin resolver y consideraciones finales 

Esta profunda segmentación, que se ha mantenido por siglos y ha caracterizado nuestra estructura social, hace sumamente difícil (si no es que imposible) establecer una sola identidad nacional. La Monja Blanca, la Marimba, Tecún Umán como héroe nacional: todos estos símbolos cumplen la función de “unir partes diferentes e incluso contrarias” y de “definir simbólicamente” a la ciudadanía guatemalteca. En efecto, se promueve y “fortalece” una sola identidad nacional[10] porque “unifica, integra y solidifica”, al mismo tiempo que “diferencia, separa y excluye” a las guatemaltecas y los guatemaltecos del resto de la población centroamericana y del mundo.

Francamente, la identidad tiene propósitos prácticos (legales, políticos, estadísticos, diplomáticos, entre otros). A partir de la firma de los Acuerdos de Paz, nuestro Estado ha intentado rescatar la pluriculturalidad y multiculturalidad que caracteriza a nuestra población. Ha sido difícil procesar este cambio de discurso, más cuando notamos que, desde tiempos coloniales, hemos construido una sociedad que funciona con base en la diferencia y la segmentación. 
Pero hay algo que, como guatemaltecas y guatemaltecos, tenemos en común; un punto de partida para definir la imagen que queremos proyectar hacia el mundo: nuestro pasado. Tal vez revisando nuestra historia (tanto la que está en la Hemeroteca y en los libros de primaria como la que no tiene mayúscula, la historia omitida y no escrita, la informal y cotidiana) podamos encontrar las respuestas que buscamos o, al menos, empezar a hacernos las preguntas que son verdaderamente importantes.

En vísperas de las Elecciones Generales de 2023, la identidad nacional hará constantes apariciones en el discurso político para aludir a nuestro deseo de pertenencia, solidaridad, lealtad, necesidad, o bien, frustración. Quizás a partir de nuestras historias, de nuestro pasado más allá de la dicotomía maya-antiguo ladino-moderno podremos construir una identidad guatemalteca desde abajo; no impuesta, incluyente y cotidiana. Una identidad  única y, a la vez, diversa. 

[1] Isela Espinoza, «Marca País costó Q6.8 millones», elPeriodico, 26 de agosto de 2022, https://elperiodico.com.gt/economia/finanzas/2022/08/26/marca-pais-costo-q6-8-millones/#:~:text=“Guatemala%20asombrosa%20e%20imparable”%20es,8%20millones.

[2] Instituto Guatemalteco de Turismo INGUAT (@InguatPrensa), El símbolo de la #MarcaPaisGuatemala reúne distintos grafismos que representan características únicas y diferenciadoras del país y que unidos forman la letra «G», 25 de agosto de 2022, https://twitter.com/InguatPrensa/status/1562949983351242752?ref_src=twsrc^tfw|twcamp^tweetembed|twterm^1562949983351242752|twgr^1019e9c8fc3c0eba8b3b323f6381b2122826010b|twcon^s1_&ref_url=https://www.prensalibre.com/economia/que-representa-la-nueva-marca-pais-de-guatemala-y-cuales-sectores-la-aprovecharan-mas/.

[3] Lina María Echeverri Cañas, «¿Qué es marca país?», País Marca OBS: Observatorio de marca e imagen país, consultado el 21 de octubre de 2022, https://paismarca.com/que-es-marca-pais-2/.

[4] Robert M. Hill, «Social Organization by Decree in Colonial Highland Guatemala», Ethnohistory 36, n.º 2 (1989): 170-171, https://doi.org/10.2307/482277.

[5] W. George Lovell, Conquista y cambio cultural: La sierra de los Cuchumatanes de Guatemala, 1500-1821 (Antigua, Guatemala: Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica, 1990), 95-96.

[6] Greg Grandin, The Blood of Guatemala: A History of Race and Nation (Duke University Press, 2000), 83-84, https://doi.org/10.2307/j.ctv12102ff.

[7] Christopher H. Lutz, Santiago De Guatemala, 1541-1773: City, Caste, and the Colonial Experience (University of Oklahoma Press, 1997), 171-253.

[8] Claudio Lomnitz, «Nación y Estado en la encrucijada actual», Revista de la Universidad de México 546-547 (julio de 1996): 23-24.

[9] Díaz Arias David, «Entre la guerra de castas y la ladinización. La imagen del indígena en la centroamérica liberal, 1870-1944», Revista de Estudios Sociales, n.º 26 (abril de 2007): 66-68, https://doi.org/10.7440/res26.2007.04.

[10] Ignacio R. Mena Cabezas, «Tradición y cambio cultural en los chortís de Honduras», Gazeta de Antropología, diciembre de 2008, 12, https://doi.org/10.30827/digibug.6966.

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Camila del Cid Saavedra

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